La fuerza de la posibilidad en tiempos de pandemia

Texto e imágenes: Deyanira Clériga Morales, Aldo Ledón Pereyra y Pável Valenzuela Aramburo,
de Voces Mesoamericanas. Acción con Pueblos Migrantes, organización radicada en Chiapas, México.
Publicado originalmente en inglés como “The Force of Possibility in the Time of a Pandemic” en Global Grace.

De cómo comenzamos en este cachito del mundo

Escribimos desde estas tierras altas del sur de México, donde hemos aprendido a disfrutar el olor de la tierra mojada y la leña quemándose en el fogón, desde este lugar del mundo donde miramos el dolor, la lucha digna y la resistencia rebelde de miles de personas. Desde esta trinchera donde muchas cosas se siguen moviendo y otras se quedaron estáticas y guardadas en casa.

Era la primera semana de marzo y nos preparábamos para un inolvidable 8M y 9M, lo sentíamos como un momento único en la vida de México, desbordamos las redes sociales, aumentaron los debates en las casas, llenamos las calles de morado; nos juntamos con amigas y hermanas conocidas y desconocidas, revoloteaba la efervescencia indescriptible en nuestras entrañas al encontrarnos millones de mujeres saliendo a decir ¡Ya basta a la violencia feminicida!, ¡Queremos vivir libres, felices y sin miedo! Lloramos por las que no están y juramos honrarlas en nuestros pasos cotidianos; sentimos la fuerza colectiva de nuestros puños en alto y de nuestros gritos rebeldes, encendimos muchas luces imaginando cómo veríamos arder al patriarcado.

En esas sensaciones únicas estábamos cuando cinco días después se asomaron a decirnos que comenzaba la sana distancia en nuestro país, que aquél virus que había suspendido la celebración del año nuevo chino, y que había generado dolor y muerte en Europa, había llegado con más fuerza a nuestro país.

Y con ese grito de ¡un mundo nunca más sin nosotras las mujeres!, y en medio de las diversas luchas que Latinoamérica vive se sumaba una más, la lucha desigual por sobrevivir a un virus.

La “normalidad” cómoda, desigual e injusta que teníamos

Y entonces comenzamos a habitar la nueva vida… una vida desconocida, y llegaron las preguntas sin respuestas, llegaron los vientos que caminaron más solitos que antes, llegaron las preocupaciones por los otros y otras, llegó la indiferencia, llegó la administración de la crisis, llegaron a la mesa -sin ninguna capa encima- los bichos con coronitas que evidenciaron un sistema desigual e injusto. Y nos enseñaron las muchas fragilidades que tenemos como sociedades, nos demostraron de nuevo los privilegios de quienes han despojado y privatizado el mundo. Nos hicieron reafirmar que no todas las personas tienen derecho a la vida.

¿La sana distancia? ¿Guardarse en casa? ¿Dejar de trabajar? Aquí donde el sesenta por ciento de la población no tiene un trabajo formal, aquí donde la mayoría sobrevive día a día, donde dejar de trabajar implica quedarse sin poder comer; aquí donde sólo algunas pocas personas tienen capacidad económica para comprar y acumular masivamente, aquí donde muchas personas no tienen opciones para que otros cuiden a sus hijxs, o a sus familiares adultxs mayores, aquí dónde sabemos que no todas las casas tienen señal de internet, y que por lo tanto la virtualidad escolar y laboral no son una salida real.

Cómo quedarse en casa cuando no tienes una casa, cuando como migrante vienes huyendo de lo que era tu casa, cuando te quitaron la casa los grupos paramilitares y ahora vives sin techo en el bosque huyendo de las balas. Cómo quedarse en casa y lavarse las manos cuando no hay agua, cuando no hay luz, cuando no hay capacidad de guardar alimentos. Cómo quedarse en casa cuando los opresores están ahí todo el tiempo profundizando el riesgo de vivir más violencia física, emocional, económica. ¿Cómo?

Y cómo plantear una normalidad ante la anormalidad en la que los pueblos de comunidades indígenas y no indígenas han desarrollado su vida desde hace siglos, de qué manera intentar una habitualidad cuando ésta ha sido siempre y se ha basado en la segregación y en el desprecio.

La salud no siempre es un derecho

¿Y si nos enfermamos en las comunidades? Cómo correr al doctor cuando ya sabemos que no hay doctores, ni clínicas, ni medicamentos, ni carreteras, ni transportes adecuados para llegar a los hospitales ¿Asumimos la muerte como una cotidiana posibilidad? Puede ser, pero cuando sabemos que la muerte es causada por las determinantes sociales e históricas, no podemos sino sentirnos enojadxs, porque esas muertes son injustas y porque nos recuerda que la salud no siempre es un derecho humano.

Desde hace poco más de tres décadas hemos presenciado la desmantelación del sistema de salud público, no sólo por la privatización, también por la corrupción de personas que llevan años moviendo recursos destinados a la salud; y en esta región del sureste de México los servicios de salud son deplorables, y sabemos que se puede morir en las comunidades rurales e indígenas por una simple diarrea.

Y entonces algunas respuestas aparecen de nuevo, el sistema capitalista, patriarcal y colonial perpetúa las desigualdades y con ello la posibilidad de vivir, porque quienes están más vulnerabilizadxs son los pueblos indígenas, los pueblos negros, las periferias urbanas, las personas que viven de trabajos precarizados, las trabajadoras del hogar, las trabajadoras sexuales, las personas migrantes, las personas que recogen la basura, las personas que producen los alimentos.

Además de esto nos fueron recordando que en México tenemos una crisis de salud pública desde hace décadas, y estamos llenos de obesidad, hipertensión, diabetes, tabaquismo y otras enfermedades que deprimen el sistema inmune y que nos hace más endebles al COVID 19. ¿Por qué tenemos estas enfermedades? Porque nos han inundado de comida industrializada, porque nuestros campos se llenaron de veneno de agroquímicos, porque nuestras fuentes de agua se volvieron negras y el aire gris, porque aprendimos a comer basura.

Es el derecho a la salud un ideal imperfecto al que las poblaciones mayoritariamente empobrecidas no podrán acceder, es un sueño, una posibilidad que cuando se garantiza en el medio de todas las carencias pareciera ser un indicador de bienestar, esto no es así, la salud al igual que otro conjunto de derechos es un privilegio que hoy resuena pero otras poblaciones han aprendido a vivir sin él.

En qué creer

¿Qué significa la confianza y la credibilidad en tiempos de COVID 19? hay quienes creen que el virus existe, que anda ahí suelto y que necesitamos cuidarnos, hay quienes entran en pánico y comienzan a detestarlo todo, hay quienes creen que es un invento del diablo o del gobierno, hay quienes creen y no les importa.

Puede ser que tardó en llegar la información de manera adecuada, accesible y en idiomas indígenas a todo el país, pero también ocurrió que llegó demasiada información, mucha de ella falsa y que fomentó discursos de odio y violencias varias.

Fuimos presenciando en cámara rápida la transmisión en vivo de la pandemia mundial que paró la vida humana; recorrieron los escaparates de nuestras pantallas las noticias de aquí y allá, los estudios de los científicos, los rumores de los gatos y los perros, la conspiración, los virus de laboratorio, las guerras desapercibidas, las divisas disparadas, el cierres de fronteras, el aplanamiento de la curva, el ajo, el limón y el jengibre, la inmunidad del rebaño, la urgencia por los cubrebocas, los ventiladores y las pruebas COVID.

Algunxs leímos todo, otrxs decidimos hace semanas dejar de hacerlo, otrxs preferimos taparnos los oídos y cerrar los ojos ¿Qué ha sido real y qué no? A veces depende el momento del día en que decidimos elegir las verdades y las falsedades, por salud mental o por fe. ¿Por qué creer o no? ¿Qué nos pasó en medio de la historia que miles de personas han decidido que el virus no existe? ¿Acaso nos sentimos defraudados de las instituciones? ¿Acaso perdimos la confianza en la escuela, el gobierno, la iglesia, los medios de comunicación, las redes sociales? ¿En qué creer entonces?

¿Creemos en el estado nación, en sus líderes e instituciones que nos han fallado cientos de veces? ¿Seguirá siendo vigente la forma de organizar los países? Quedan muchas dudas de si están siendo posibles los caminos para abarcar todas las dimensiones de la vida: la salud, lo económico, lo laboral, los impactos emocionales y ambientales de los territorios. ¿Será posible ubicar las necesidades de cada espacio, considerando todos los factores, respondiendo a las necesidades particulares? Cómo hacer que las medidas nacionales desde la centralidad de los gobiernos respondan a la complejidad de los territorios.

Lo que hemos presenciado son muchas respuestas locales, los estados, los municipios, los sectores y las comunidades van actuando como van pudiendo, en algunos lugares con más fuerza policial y militar, en otros con pocas o nulas medidas; en algunos territorios rurales e indígenas donde trabajamos se generaron estrategias de organización comunitaria para cuidarse, muchas medidas fueron enérgicas, otras no tomaron ninguna medida y sigue faltando información adecuada. Mientras tanto –como nos dijeron lxs expertxs que iba a suceder- los contagios y la muertes aumentan, y con ellas el miedo, el dolor y la incertidumbre.

Y el mundo siguió girando

Y nos guardamos, y quisimos cumplir con lo que podíamos hacer, no arriesgarnos ni arriesgar a nadie. Y cerramos las oficinas, y suspendimos las actividades, muchas de las cuales son básicamente estar cerca de otros y otras, y nos dolió preguntarnos hasta cuando nos volveremos a juntar con las familias que buscan a sus migrantes desparecidxs, hasta cuándo volveremos a poder buscar a quienes no han vuelto, hasta cuándo podremos encontrarnos con las compañeras para soñar juntas cómo tumbar el patriarcado, hasta cuándo cantaremos y haremos videos con las y los jóvenes, hasta cuándo volveremos a probar los abonos orgánicos para sembrar la tierra con lxs campesinxs.

Y nos metimos a las casas y desde las ventanas miramos la fragilidad de la vida cotidiana que teníamos; agradecemos las posibilidades que tenemos lo afortunadxs que somos y nos vamos cuestionando las certezas, y seguimos aprendiendo a habitar la incertidumbre.

Y nos inventamos una vida virtual –privilegiada- para intentar hacer lo que hacemos, y nos percibimos cansadxs de tanta pantalla, y nos frustramos por sentir que no estamos haciendo lo suficiente, y volteamos alrededor y miramos un techo, una llave con agua, un foco con luz, un salario asegurado, y entonces aparece la culpa, y no nos permitimos el cansancio, porque sabemos que hay quienes la están pasando peor.

Y entonces vuelve la carrera por estar presente y enterxs como si esto no fuera una crisis mundial, sino un concurso de productividad, y miramos la redes con las nuevas recetas de cocina, los pasos de baile, las rutinas de ejercicio, los libros leídos, las habilidades adquiridas en tiempos de pandemia, y la gente dice ¡aprovecha el tiempo¡ como si la mente, el cuerpo, el corazón y el espíritu anduvieran sólo sintiendo paz. Y entonces volvemos a cuestionarnos ¿por qué nuestra prisa por producir, hacer, analizar y crear proyecciones de futuro? ¿Por qué la lógica de siempre estar dispuestx a hacer y hacer? Y vamos descubriendo que hay que tenernos paciencia, y que cada quien está haciendo lo que puede con lo que tiene, pero vuelve la pregunta ¿y si no estamos haciendo lo suficiente?

Vivir la experiencia de la pandemia

Cómo digerir el montón de sensaciones que podemos experimentar, cómo explicarnos los ratos alegres, tristes, el enojo, el miedo, la frustración, e incertidumbre que ocurren de manera cíclica en el día. Cómo nombrar las nuevas emociones que percibimos, porque no son el mismo miedo o tristeza a los que estamos habituadxs, son nuevas las palabras que debiéramos inventar para describir eso que nos sucede. Cómo reconocer lo que se tiene y no sentir culpa por ello, cómo sentirse contenta y optimista; cómo dejar de querer explicarnos eso y soltar la búsqueda de querer nombrarlo, cómo sólo dejar que pase, que exista. Cómo dejar de buscar respuestas.

Cómo concentrarse para escribir análisis de contexto, proyecciones, estrategias, cómo llenar las líneas en blanco de los prólogos, de los textos inconclusos; cómo inspirarnos en medio de la incertidumbre, cómo asumir lo que se puede hacer y lo que no.

Será que es un momento de cambio mundial, será que debemos preguntarnos sobre el modo en que construimos ciudades e invadimos bosques, de la forma en que despojamos territorios de otros seres del mundo; será que debemos cuestionarnos cómo producimos los alimentos y cómo consumimos, de cómo generamos basura, de cómo es la organización social de los cuidados y su responsabilidad desigual. ¿Será que el 2020 va a ser recordado como el año del cambio? Que de verdad llegaremos a modificar nuestra forma de relacionarnos con la vida ¿y si no pasa nada y todo sigue igual? ¿Y si nos volvemos a encontrar huérfanos de la posibilidad? ¿Y si no se nos ocurre algo? ¿Y si la nueva normalidad se parece mucho a la de antes?

La nueva normalidad

Y ahora nos preguntamos ¿Cómo construir el futuro si ni siquiera sabemos cómo habitar el presente? ¿Cómo si las noticias cambian todos los días y no sabemos cómo reaccionar? ¿Cómo apostarle a la organización social, política y comunitaria si estamos encerradxs y lejos? ¿Cómo rebelarnos ante las muertes en manos de la policía, cómo resistir ante la injusticia y la represión?

Cómo enfatizar que no todo va a estar bien y que no todo va a ser igual, y que no queremos que sea igual, cómo la nueva normalidad nos va a invitar a construir otras formas de ser y de estar. Cómo inventar algo nuevo, dónde se consiguen las pilas para la creatividad, se tratará sólo de inventar algo, o de recuperar lo perdido, de buscar en la memoria de abuelos y abuelas aquellas formas de habitar la vida de otra manera, de recuperar aquello que ya existe, y que ha sobrevivido miles de años. De mirar las resistencias todas que siempre han estado ahí entre las ramas de los árboles del campo y entre los pisos de cemento de los alrededores de las ciudades.

Cómo nos atrevemos de nuevo asomarnos para ver cómo surge la vida, cómo crece paciente la comida que emerge de una minúscula semilla sembrada en la tierra, cómo tomar de nuevo aquellas plantas medicinales que curan el cuerpo y el corazón, cómo nos volvemos de nuevo curiosxs para observar la convivencia de los animales que hemos intentado domesticar.

Cómo acompañar el dolor que se mira aislado en las casas, en los hospitales, en los cementerios. Cómo estar presentes en la distancia y a través de las pantallas; cómo mostrar los afectos, la ternura, los besos, los abrazos y las caricias; cómo sentir la energía y conexión de quienes amamos y están lejos.

Cómo recuperamos nuestra espiritualidad y nuestra memoria ancestral para conectarnos a través de las distancias y los tiempos, cómo nos olvidamos del calendario gregoriano para inventarnos otros ritmos con pausas necesarias que nos permitan respirar y acomodar-nos en el mundo de manera digna.

La fuerza de la posibilidad

Toca seguir haciéndonos preguntas y atrevernos a aceptar que no tenemos las respuestas. Nos queda aferrarnos a aquello que nos ilusiona, a enunciar las veces que sea necesario el amor que tenemos a otros y otras, decirnos que aquí estamos, que honramos su existencia y que abrazamos su vida.

Toca tenernos paciencia y al mismo tiempo accionar con pasión, sabiendo que tenemos el poder de resistir como desde hace miles de años, y que podremos estar mejor cuando se sabe dónde está el corazón puesto, las ideas y la energía que se mueve vigorosa desde las entrañas para defender lo justo y lo digno.

Toca creer en la posibilidad de esta pandemia -que nos ha puesto en lugares incómodos por reconocernos como privilegiados- y que pueda generar conciencia y acciones directas de la sociedad para intentar cambiar la manera en la que nos reconocemos los unxs a los otrxs, ser por fin una comunidad preocupada y orgullosa de quienes habitamos este mundo.

Toca también recuperar las lágrimas y los nudos de la garganta, aceptar la fragilidad y las fuerzas desnudas. Toca mantenernos fuertes para abrazar a otros y otras, y aceptar la debilidad cuando queramos que otrxs nos abracen a nosotrxs.

Toca elegir siempre la posibilidad de subvertir, y como decía una amiga “construir los tiempos que no han llegado, mantener la fe y el poder de la esperanza que nos apapacha, toca buscar los hilos necesarios para tejernos de nuevo con la sabiduría de la humanidad que cargamos a cuestas”.

Toca recuperar la escucha de los silencios, sentir la sabia palabra hablada y escrita, toca buscar los cantos que erizan la piel, revisar las leyendas del pasado. Toca reírnos y disfrutar mientras seguimos luchando, aferrarnos a los viejos y nuevos sueños; toca mantener la solidaridad, buscar y buscarnos en las miradas cómplices de aquél amor profundo que nos conmueve a cuidarnos, cuidar a otrxs y cuidar la vida en todas sus dimensiones.

Hoy día estamos presentes a un verdaderos cambio en el que se dan las relaciones humanas, tal vez un momento que determine nuestro seguir como sociedades hacia el surgimiento de nuevas y necesarias formas de vernos como iguales; de la tragedia a la posibilidad de nueva estructuración desde una visión del cuidado humano y la valoración del ser.

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